sábado, 18 de octubre de 2014

Mezquita de la Roca III

Al atravesar el denso callejero de la misma Jerusalén se produce de vez en cuando y desde el punto más inesperado, la aparición de una grandiosa y esquiva cúpula dorada, rotunda y pulida, que contrasta con el caótico caserío de piedra que nos rodea: es la Cúpula de la Roca, el más antiguo de los edificios musulmanes conservados.

Si su apariencia es insólita, no lo es menos su aislamiento en medio del inmenso rectángulo del Haram al-Sarif y aún aparece sobreelevada en el centro de una amplia plataforma yerma, en la que únicamente florece la arquitectura. Es un ente de razón, riguroso y autosuficiente, que anula los tímidos intentos para acompañarla del resto de la ciudad.

Consta que se acabó en el año 72 de la Hégira (691 ó 692), durante el califato de Abd al-Malik; es indudable que se construyó en el solar del Templo de Salomón, sobre el Ara de los Sacrificios, y esto no puede ser casual, aunque la tradición afirma que sólo se quiso preservar el recuerdo del viaje del Profeta al Paraíso: de esta manera se formalizó un tercer lugar sagrado para el naciente Islam, cuya apariencia competía, además, con los edificios cristianos de la ciudad, como el Santo Sepulcro, la iglesia de la Ascensión y la tumba de la Virgen; por tanto, no se construyó una mezquita, sino un mashad, que significa lugar de martirio, aunque en este caso se refiera a la manifestación del Profeta. 

Es un edificio dotado de rigurosa simetría central, con perímetro octogonal y cúpula de madera de planta circular, entre los que, gracias a una bien articulada arquería ochavada, se organizan dos naves concéntricas, destinadas al desarrollo del tawaf (la procesión) en torno al círculo que alberga la Roca. La arquería que sustenta el tambor de la cúpula y la intermedia ofrecen una inteligente alternancia de pilares y columnas, procedentes éstas de edificios romanos y bizantinos, aunque integrados en una organización tan novedosa en lo estructural como clásica en su decoración, pues los arcos aparecen atirantados con unos arquitrabes de madera recubiertos de metal damasquinado.

Las naves del tawaf llevan techo plano, en contraste con la cúpula interior, que está separada de la cubierta. El carácter de la decoración interior es casi abstracto, ya que sólo vegetación esquematizada, detalles romanos estereotipados y unas figuras bizantinas de joyas la animan. Nada se sabe sobre el diseñador del edificio, pero todo hace suponer que fue un cristiano sirio, pues como demostró Creswell, a partir de una lista de rasgos significativos, el 5 por 100 son de origen clásico, el 15 por 100 bizantinos y el resto de la tradición regional, de tal forma que, si no fuese por el letrero cúfico, sus contemporáneos hubiesen creído estar en un martirium o baptisterio.

El edificio que promovió Abd al-Malik quedó ya para siempre como el brillante inicio de una nueva etapa de la historia de la Arquitectura, aunque en el fondo fuese el epígono de una serie de hitos que, arrancando en el Pantheon de Roma pasan por Santa Sofía de Constantinopla hasta cerrar en este ente de razón, posado como un milagro en la plataforma del Haram al-Sarif.

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